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viernes, 17 de mayo de 2013 | By: Luis Alberto Medina Huamaní

LAS BALADAS DEL FUTURO. A propósito de Al otro lado del verso - HÉCTOR ÑAUPARI



Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
Gabriel Celaya
(La poesía es un arma cargada de futuro, Cantos Íberos, 1955)


Si la poesía es un arma cargada de futuro, como escribió el poeta español Gabriel Celaya en su texto La poesía es un arma cargada de futuro, afirmemos que los poetas del Grupo Parasomnia, cuya Antología Grupal Al otro lado del verso presentamos hoy en la casa de las letras peruanas,  son las balas venideras, y sus poemas los disparos del porvenir.
Cuando Gabriel Celaya escribió su poética profecía, el mundo era otro. Hoy es un mundo distinto al que él soñaba, pero también diferente al que cualquiera de su tiempo y del nuestro hubiera imaginado: ésa es una poderosa razón para no dejarnos llevar por la arrogancia fatal[1] de moldear al mundo conforme a nuestro parecer, pues más bien justifica que permitamos a todos desarrollar su particular proyecto de vida en libertad. No obstante, ese futuro del que hablaba es el hoy de los poetas de este libro. Y el ahora de su poesía es también un revólver con el tambor pleno de proyectiles ulteriores.
Por lo dicho, a contrapelo del sentir común, me invade el convencimiento que los jóvenes poetas de nuestro tiempo no son más indolentes ni desconcertados que los de hace 50 años, y, entre ellos, los jóvenes poetas de este grupo, Parasomnia, y de este libro, Al otro lado del verso, en particular.
Los de medio siglo atrás nos parecían más intelectuales o comprometidos pero, a juicio de este escriba, se encontraban enhechizados, tal como escribiera Miguel de Cervantes en El licenciado Vidriera sobre la ciudad más hermosa de España: “Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”, y que recalcara con acierto, sobre la misma ciudad, Miguel de Unamuno:
Es decir, como embrujados por el sibilino influjo de ciertas utopías – equivalentes a las que Celaya defendía con ardor – que luego trajeron muchísima violencia a sus países.
Creo que los jóvenes poetas de ahora son más precisos en sus propósitos, más acuciosos en definir su rumbo y con aspiraciones menos peligrosas para la convivencia civilizada. Son distintos, al igual que desemejante es el escenario donde se encuentran. Cabría preguntarse cómo habrían reaccionado los entonces jóvenes de los cincuentas y sesentas ante la inevitable metamorfosis de sus sueños en pesadillas, o qué acciones tomarían en estos momentos.
Ahora bien, que los jóvenes poetas del grupo Parasomnia, que nacen con el crepúsculo del corto siglo XX, como lo denominó el historiador Eric Hobsbawm[2], sean distintos a los que en él vivieron, no significa que sean menos creativos, románticos o espléndidos.
Por el contrario, tienen tareas más difíciles, algunas permanentes, otras nuevas. Entre las permanentes, convivir con diferenciarse de los narradores, para quienes escribir ficciones les permite ser otras personas, vivir otras vidas, probarse otros nombres[3], en tanto que los poetas están solos con sus soledades, las propias y las de sus circunstancias, si nos ponemos orteguianos.
Del mismo modo, si una tendencia permanece inalterada en los poetas que han nacido al arribar las postrimerías del siglo XX, respecto de sus predecesores, ésa es la angustia. Ninguno de ellos se creyó la coartada del fin de la historia.
Que las utopías hayan implosionado junto con el telón de acero, no supone que la angustia, imperecedero sentimiento, haya languidecido. Los utópicos de antaño pretendieron anularla con sus modélicas sociedades, ahora desaparecidas.
Humana frustración, ante los deseos no resueltos, lo incierto, la disfuncionalidad familiar, las relaciones amorosas, la injusticia, el tiempo y su crueldad, la ausencia de sentido de la vida, la angustia es tomada en forma nueva por los novísimos aedos del grupo Parasomnia mediante sus escritos, ora mediante la protesta, ora a través del esteticismo.
Entre las nuevas tareas, escojo una sola, debido al tiempo, y es el requerimiento al que deben, los jóvenes creadores, responder: ¿Para qué poetas? Y es que, como nunca antes, la nadería que aparentemente es la poesía ha sido tan cuestionada por la imbecilidad televisiva e informática que nos acecha.
Respondo a aquellos infelices, seres amputados que viven sin poesía – lo que equivale a no vivir, a deambular como muertos caminantes, putrefactos mientras respiran – que se atreven a sostener que la poesía es una labor estéril e inane, con las extraordinarias palabras del ensayista mexicano Prócoro Hernández, en su escrito ¿Para qué la poesía?:
“La poesía se emplea para aplacar las tormentas del alma, redimir a una mujer o un hombre o llenar el corazón de ese sentimiento llamado amor. Puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, asustar una soledad y alejar una tristeza.
Sirve también para  reflexionar acerca de si las piedras hablan o si la luna es medicina para el mal de amores. Por medio de la poesía podemos hacer hablar las flores y voltear el cielo de cabeza, cambiar la tarde de lugar. Es un buen recurso para transgredir la monotonía y curar el insomnio”[4].

Y para colocarnos en el estado de parasomnia, agrego yo, ese trastorno de la conducta durante el sueño asociado con episodios breves o parciales de despertar, sin que se produzca una interrupción importante del sueño ni una alteración del nivel de vigilia diurno: el estado poético por excelencia.
Inquiero también, ¿Por qué una antología grupal ahora? Si bien es una pregunta que responderán los integrantes del grupo Parasomnia, me apresto a dar a conocer mis razones, pues he militado en Neón, y los autores de Al otro lado del verso deberán reconocer que la poesía peruana de los noventa fue el último período donde los poetas nos organizamos, decididamente, en grupos literarios.
Lo hicimos porque los grupos literarios que animaron la escena cultural del Perú del fin del milenio, fueron, para todos nosotros, los poetas del noventa, el único salvavidas al que pudimos aferrarnos en este país naufragado y encallado, abierto en canal como un toro sacrificado para una hecatombe, que iba hundiéndose sin cesar en el mar tenebroso del terror, la miseria, el cólera, la desesperación y la ausencia de salidas.
Así, pues, desalentados de la política, con sus corrupciones paralizantes o sus expresiones extremas y totalitarias; abandonados a nuestra suerte en un país que parecía no tener ningún futuro y habíase convertido en “ese reino que nunca quisimos, y que nunca fue nuestro”, como escribió el poeta; finalmente, dispuestos a no pasarnos la vida debajo de mesas desprovistas esperando las bombas que nos aniquilen, o a ser desaparecidos por las fuerzas del orden cualquier noche sin luz y con toque de queda; resolvimos, sin siquiera racionalizarlo, que la mejor manera de hacerle frente a este apocalipsis era decir, con poesía, que íbamos a sobrevivir; que no iríamos en silencio hacia el corazón de las tinieblas; en definitiva, que con coraje y con resolución, lucharíamos y gritaríamos: ¡vamos a prevalecer!
Con lo dicho, creo en las buenas intenciones del grupo Parasomnia para darse a conocer con esta estupenda antología, Al otro lado del verso, pues, si una y otra vez, los artistas nos hemos sobrepuesto a todas las tinieblas, y demostramos que se puede crear, cultivar e iluminar con el arte, en medio de las más difíciles condiciones, confío en que lo mismo ocurra con los poetas de esta antología, pues si las crisis pasadas supieron legarnos verdaderas joyas literarias, de rescate y reafirmación de lo humano, es seguro que nuevas cotas se alcanzarán por medio de los autores reseñados. De los poemas leídos, se observa que tienen la actitud, la erudición, la sensibilidad y la creatividad suficientes para acometer dicho reto.
Al terminar de leer sus textos, queda patente otro rasgo en común: los jóvenes vates de esta antología asumen los sentimientos y las ideas de una mayoría de sus contemporáneos y los expresan en palabras señeras y convincentes, poéticamente seductoras.
Le devuelven a la poesía el viejo prestigio que otrora ostentó y, en una nueva misión prometeica, entregan a las mujeres y hombres de su tiempo el fuego ineludible de la libertad.

Así concebida, la poesía es una hoguera en la que arden los viejos y los nuevos mitos, las utopías del ayer y los desencantos del hoy. Los poetas parasomnes de nuestro libro son también pirómanos, y en sus poéticas piras se queman ellos, sus angustias, el sarcasmo con que se atiende a su quehacer en nuestros días, todos estos materiales diversos, incluso los que se consideran no combustibles.
Es casi seguro que los poetas ubicados en esta antología ardan en sus propias llamas, en una suerte de auto sacramental, de combustión espontánea de la literatura actual. No teman: tal es su naturaleza. Iluminar, ora breve, ora a largo plazo, pero intensamente.
De esta manera, que sus flamas nos calienten e iluminen, porque, como escribiera el poeta norteamericano Ralph Waldo Emerson, en una genial anticipación, los poetas “no somos vehículos del fuego, ni antorcheros, sino hijos del fuego, hechos de su substancia”[5].
Para concluir, debo afirmar que sin los poetas del grupo Parasomnia, no se entendería bien la marcha de la novísima poesía peruana, arma del futuro, y de los cuales ellos son las balas, no perdidas, sino representantes. Proyectiles del porvenir, balas del futuro, les deseo que no los condene la muerte, que no los fusile el silencio, que no los maldiga el olvido. Tal es mi oración y mi apuesta.
NOTAS:
[1] Hayek, Friedrich A. La fatal arrogancia. Los errores del socialismo. Unión Editorial, segunda edición, Madrid, 1997. El Nobel de economía analiza en éste, su último, la terrible equivocación de diseñar una sociedad, cuando ello es imposible, por lo infinito de los conocimientos y acciones de los hombres en libertad.
[2] Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Editorial Crítica, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1998, 612 páginas. Título original: Extremes: the short XXth Century.
[3] Como escribiera el gran Joaquín Sabina, La del pirata cojo.
[4] Hernández Oropeza, Prócoro. “¿Para qué sirve la poesía? El concepto de poesía en Octavio Paz”. En: Revista Inter fórum, 12 de mayo de 2012.
[5] Emerson, Ralph Waldo. El poeta. Ensayo traducido por Pedro Umbert. Buenos Aires, Ediciones Mínimas, 1921, página 4.

TEXTO LEÍDO EN LA PRESENTACIÓN DE AL OTRO LADO DEL VERSO EN LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA.