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viernes, 20 de mayo de 2011 | By: Luis Alberto Medina Huamaní

Segunda vuelta: la paranoia colectiva y las cloacas de la política peruana



Entre la ética y el miedo: votar o no votar, he aquí el dilema

Votar es un derecho y un deber universal que todo ciudadano debe realizar con libertad; pero votar con miedo o votar por obligación son dos cosas que llaman mucho la atención en estas elecciones presidenciales. Peor aún: manipular el voto de los ciudadanos en favor de una candidata o en desmedro de otro: esto ya es una falta de ética y civilidad muy graves: un atropello a la libertad de elección, de expresión y de información. Esto último está pasando con cierta prensa que antaño fue adicta socia y servidora de la dictadura con la que formaron vínculos vergonzosos, legitimaron la corrupción, manipularon la información y callaron cómplicemente las atrocidades del fujimorato. Ahora estamos así: Canal N, Canal 4, Radio Líder de Arequipa, El Comercio, Perú 21, Gestión, Trome (y las revistas Somos y Fausto), Correo (y su director paranoico y experto en sicosociales, Aldo Mariátegui), El Bocón, Ajá, Ojo, Expreso, Extra, La Razón, RPP (con sus millones de radioescuchas, a nivel nacional e internacional), Radio Felicidad, Capital, Canal 5, Canal 9, Canal 2, etc., se han alineado con un solo objetivo: favorecer y apoyar directa y abiertamente a la hija de la dictadura y evitar que Humala asuma el poder orquestando una campaña demoledora contra la candidatura de este; no han dudado en contratar incluso a sicarios periodísticos. ¿Qué tienen en común estas ramificaciones de la vieja y paranoica derecha peruana? Dos cosas: su alianza pasada y todavía reciente con el fujimontesinismo (que invirtió millones de soles para mantenerlos a flote, a parte de los diarios chicha) y cuantiosas deudas tributarias con la Sunat; ahora esperan renovar estos vínculos político-económicos para seguir manteniendo su ubicación privilegiada. (Véase Francisco Durand: Gran prensa y fujimorismo: juntos otra vez; en revista Domingo de La República, 08/05/11). Dicen preocuparse por la libertad de expresión: esto ya es poco menos que increíble, porque se demuestra claramente que la única libertad de expresión por la que se preocupan es aquella que salvaguarde sus propios intereses económicos y la de sus patrones.

Las elecciones presidenciales 2011 se realizaron el 10 de abril. Hasta esa fecha muchos de los ciudadanos ya sabíamos por quién nunca votar. Sin embargo, la realidad es ahora incierta y se especula mucho sobre el futuro, que se muestra esquivo, inseguro y casi surrealista. Nuestro premio nobel Mario Vargas llosa adelantó que no se debía dar un salto al vacío: ni el sida ni el cáncer. Que no debíamos votar ni por Keiko Fujimori ni por Ollanta Humala, más bien reflexionar nuestro voto y sufragar conscientemente.

Ahora tenemos una tortilla, un pantano electoral, un panorama de solo dos rostros, de dos lados (paradójicamente los extremos contra los que no debíamos votar): Fujimori y Humala. Ambos suscitan recelos y preocupaciones para quienes no votaron por ellos y, sobre todo, para quienes nos preciamos de ser dignos, consecuentes, demócratas y nos regimos bajo normas cívicas, morales y éticas muy arraigadas en nuestra idiosincrasia. Ambos han despertado viejas traumas, fantasmas, miedos y desvaríos: las cloacas del fujimontesinismo están de vuelta por un lado; por otro lado, el fantasma de una posible dictadura a lo Chávez (aunque a decir verdad no hay nada más parecido a Hugo Chávez que Alberto Fujimori y sus intentos de perpetuarse en el poder mediante reelecciones fraudulentas), el nacionalismo (¿estatismo?), el retroceso, el atraso económico, el fracaso… Desde donde se le mire, ambos han generado la frustración, la paranoia colectiva, casi la histeria, política y económicamente hablando.

Y… ¿esto por qué tuvo que acontecer de esta manera? Nos preguntamos. Sencillo: por un lado el descontento de los ciudadanos, sobre todo de aquellos compatriotas nuestros que han sido excluidos y relegados secularmente, los hoy bautizados los “ignorados”; y por otro lado, los candidatos (políticos tradicionales), hoy los grandes fracasados, los auto nombrados defensores de la democracia, no supieron elaborar un verdadero plan de gobierno convincente, integrador, que busque mejorar, velar y trabajar por los intereses de la nación; no supieron o no quisieron elaborar un plan de gobierno de mediano y largo plazo para generar un Estado eficiente, solvente y moderno; en democracia siempre, con las reformas profundas que busquen la transformación del Perú a largo plazo; y no supieron o no quisieron llegar a un consenso y crear la Gran Concertación Nacional que tanta falta nos hace; no supieron o no quisieron llevar a cabo una campaña contundente, decente, centrado en las propuestas firmes, sólidas y muy bien argumentadas; muy por el contrario: cayeron en la guerra sucia, el zafarrancho, los insultos; y hasta en la soberbia.

¿Por qué? Nos lo preguntamos ahora. Porque estos mismos políticos tradicionales no sirven para ello, no nacieron para realizar tales hazañas dignas y nobles: gobernar, dirigir una nación, transformar, velar por los intereses nacionales y no por los de grupos minoritarios y hegemónicos, excluyentes, por lo demás. Porque no tienen un verdadero interés genuino de gobernar en beneficio de las mayorías (de los obreros, campesinos, comerciantes, profesionales, comunidades nativas, etc.); porque son corruptos, mediocres, cortoplacistas y groseramente oportunistas; porque son tan mediáticos y egocéntricos (yoístas a más no poder) que no son ni serán capaces de generar un consenso, una concertación nacional, una única idea de nación, un solo discurso, una sola idea y una única visión que nos una e integre a todos, un lenguaje común para todos nosotros: el Perú; pero el Perú entendido no como algo abstracto, sino como un lugar en el que convergemos todos: una comunidad diversa, moderna, democrática, crítica, educada, culta. En lugar de preocuparse por sus verdaderas obligaciones para con los ciudadanos, ellos se esmeran en desprestigiarse mucho más todavía llenándose de personajes de la farándula que arrastren simpatizantes a sus filas con tal de lograr una curul, en lugar de rodearse de intelectuales, técnicos y especialistas de las diferentes áreas del conocimiento para trabajar y fortalecer su imagen y presencia entre los ciudadanos.

Hoy está más claro que nunca: para los partidos políticos no existen los intereses nacionales. Existen intereses más bien políticos y económicos de unas minorías que hacen y deshacen a su antojo. Empero, no habrá progreso ni desarrollo, ni justicia, ni redistribución si no existe una voluntad política. Entonces, llegado el momento, no podemos ubicarnos al margen de estas elecciones: ¿por quién votar?, ¿por quién no votar?

No somos los dueños de la verdad ni sabemos lo que el futuro nos depara, gane quien gane estas elecciones. Sin embargo, votar por Keiko Fujimori significa renunciar a la ética; renunciar a la dignidad y la decencia con tal de evitar el socialismo, con tal de evitar al cuco de la izquierda y sus propuestas de cambios, radicales o no, que afectarán los grandes intereses económicos; por miedo al cambio , por defender el sistema y el modelo económico imperante implantado por Alberto Fujimori, que (visto está) sirve solo a los intereses de un grupo de familias privilegiadas y hegemónicas, en desmedro de las mayorías que han perdido sus derechos laborales y a cambio “ganado” el cada vez más bajo e insignificante salario, la total inexistencia de una estabilidad laboral, etc. Votar por Keiko significa legitimar una década de atrocidades, corrupción en su más alta expresión, la mafia, el narco estado, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, los atropellos a cerca de 300 000 mujeres campesinas esterilizadas, castradas, forzosamente o con engaños, como una práctica impuesta para “reducir ” la pobreza. Votar por Keiko Fujimori también significa estar de acuerdo con la corrupción y los atropellos del gobierno actual (aceptar y legitimar los hechos funestos de Bagua, los de Moquegua, Chala y Tía María, solo por citar unos pocos casos) porque es una verdad inocultable la alianza aprofujimorista que no has gobernado en este quinquenio que se va sin glorias pero sí con muchas penas, escándalos de corrupción y desigualdades. También significa arrojar al tacho, condenar al olvido las recomendaciones de la CVR, que jamás se llevaron a cabo porque no hubo ninguna reconciliación ni reparación alguna; finalmente, significa aceptar una posible represalia y la censura contra los defensores de los derechos humanos, contra aquellos que lucharon manifiesta y decididamente contra el fujimorismo, y contra aquellos que, de una u otra manera, intentan erigir monumentos para recuperar la memoria de los tiempos de la violencia: porque Keiko Fujimori significa renunciar a la ética cívica indispensable en todo ser humano que se precia de ser digno; significa legitimar años de violencia, “legitimar el régimen que ensombreció las libertades y envileció la política y sembró la violencia” … no podemos legitimar todo esto y caer en la desmemoria.

Votar por Ollanta Humala también significa un riesgo: retroceso, dictadura, miedo al cambio, caída del crecimiento económico, el autoritarismo, la posibilidad de llegar a las formas autocráticas, etc. Pero… ¿tenemos otra opción? Humala tendrá que trabajar para contrarrestar la campaña de desprestigio y los sicosociales en su contra; y deberá convencer de que no sucederá en un eventual gobierno suyo todo aquello que se le teme; además, deberá persuadir y convencer a un amplio sector de indecisos, jóvenes en su mayoría: garantizar el cambio y mantener el crecimiento económico, respetar la institucionalidad de las entidades públicas y respetar la democracia.

Por último, ¿estamos realmente los peruanos condenados a repetir nuestra historia? ¿Los hechos vergonzosos y las atrocidades del pasado volverán a repetirse porque un grupo de familias que son los herederos y los patrones que generan este lastre que es la desigualdad, la injusticia, la falta de integridad cívica y nacional así nos lo quiere imponer? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar y ver pasivamente a este sector que nos gobernó y jamás se preocupó por forjar una verdadera nación, con educación, tecnología, cultura y ciencia? No puede prevalecer el miedo y la inseguridad frente a la ética; aunque a decir verdad, tal parece que así sucederá… ¿“con tal de evitar el socialismo, que venga el fascismo”?