El arte, entre otras cosas, es un
tipo de lenguaje, siempre que entendamos lenguaje no en su sentido estricto
como un medio de comunicación de carácter biplánico (lengua y habla), sino en
su sentido más lato y moderno: como una forma de comunicación (Yuri Lotman). En este sentido, aceptamos que el arte es un
lenguaje secundario que dice algo, que transmite una información según la
intencionalidad del enunciador (creador, autor, compositor).
Dicho esto, toda obra de arte es
una forma de comunicación. El cine, la obra literaria, la ópera, el ballet… son formas de comunicación, que
nos dicen algo pero de una forma diferente. Son lenguajes que han
sido codificados de una forma
artificiosa. Esta diferencia radica, esencialmente, en su artificiosidad.
Es el artificio aquello que le confiere
a una creación cualquiera su carácter de arte, puesto que es gracias a
ello que un texto escrito se convierte en un texto literario (llámese poema,
cuento, novela, tragedia). Si un texto del que se dice que es un poema carece
de este artificio que lo hace único, especial, genuino, deja de ser arte.
Estas reflexiones iniciales
vienen a colación a propósito del cine como arte y –ergo- como un sistema de
comunicación. Específicamente hablaremos de Los
miserables (2012.) Película que
ya se ha estrenado en Lima. Esta última versión
cinematográfica del genio de
Víctor Hugo, es dirigida por el ganador del Óscar Tom Hooper (El discurso del rey). En ella trabajan
los actores Anne Hathaway, Hugh Jackman, Russell Crowe, Amanda Seyfriedy Helena
Bonham Carter entre otros más.
LOS MISERABLES es una historia
que transcurre en la Francia del siglo XIX y cuenta una emotiva historia de
sueños rotos, amor no correspondido, pasión, sacrificio y redención: una prueba
atemporal de la fuerza del espíritu humano. Hugh Jackman es Jean Valjean, el
exconvicto al que persigue durante décadas el despiadado policía Javert
(Russell Crowe). Cuando Valjean accede a cuidar a Cosette, la joven hija de
Fantine (Anne Hathaway), sus vidas cambiarán para siempre.
Esta versión cinematográfica de la
novela de Víctor Hugo es una perfecta
excusa para reencontrarnos con el genio francés y nos permite reflexionar sobre
las complejas estructuras sociales, políticas, económicas de la Francia del
siglo XIX y la decadencia de un sistema político económico que no tenía más
cabida en un mundo que pregonaba a
gritos su libertad.
La novela (publicada en 1862) de
estilo romántico, en su conjunto, es una
complejidad asombrosa que analiza, cual radiografía de la época, la decadencia
de una Francia de estilo monárquico que camina hacia una Francia más bien
republicana. En es una historia en cuyo
argumento se plantea una profunda reflexión sobre el bien y el mal, el funcionamiento
de la ley, la política, la justicia, la religión y, sobre todo, la ética.
Tom Hooper, para sosiego de los
amantes del buen cine y para los que somos fieles admiradores de la novela, entiende
esta intencionalidad de Víctor Hugo, lee con profundidad el drama, los
sueños rotos, las contradicciones y las pasiones de los personajes y los sabe
transmitir gracias a las brillantes actuaciones de sus personajes. En cada minuto
que transcurre durante su desarrollo, el espectador se compromete con cada uno
de los protagonistas: se conduele con el drama de la bella Fantine –madre de
Cosette- que trabaja en una fábrica y es echada por otras mujeres infelices que
no entienden que la están condenando al absoluto sufrimiento y la pérdida de sí
misma. Ella se verá obligada a prostituirse con la única intención de tener
alguna posibilidad de cuidar, proteger a su pequeña. Es el retrato de la joven
madre soltera que sufre el abandono del padre y el rechazo de una sociedad
demasiado arraigada en los prejuicios y las apariencias: machismo, pobreza, injusticia,
desigualdad… todo se conjuga en una sola realidad que corroe a sus integrantes
y los azota con el látigo de la maldad y la perversión.
Jean Valjean es el héroe y
antihéroe. El bien y el mal están encarnados en su personaje. Por un lado ha
sido condenado a 19 años de cárcel por haber robado un pan. Al salir de prisión
es visto como un hombre peligroso y es despreciado por toda la sociedad sin
oportunidad alguna de redimirse. Por
otro lado, se redime y se convierte en un hombre de bien, aunque tenga que ocultar
su identidad. Es buscado por la ley por haber violado su libertad condicional.
Javert es quien representa a esta ley que no perdona a los pobres y los
persigue hasta hundirlos en su propia miseria.
La historia es harto conocida.
Desde ya, recomendamos ver esta interesante y excelente película. Es imposible no conmoverse hasta las lágrimas
con cada uno de los momentos dramáticos –o de felicidad en medio de tanta
desgracia- por los que atraviesan cada uno de sus protagonistas. Vamos
al cine, gocemos de la película y aprendamos del genio francés: reconciliémonos
con la ética, las convicciones y los principios fundamentales que deben
regirnos en cada uno de los pasos que demos en la vida, en cada accionar.
LUIS ALBERTO MEDINA
San Juan de Miraflores,
22 de febrero de 2013
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