....................... .....................
sábado, 25 de mayo de 2013 | By: Luis Alberto Medina Huamaní

ALBERTO VERGARA: LOS MALEDUCADOS

La educación  en el Perú es un problema; y es el problema del Estado, de la sociedad y de los profesionales de la educación; es un problema del Perú. Alberto Vergara ha publicado el siguiente artículo que compartimos desinteresadamente con la finalidad de llegar a la reflexión y a las propuestas. 


“Somos un país de repitentes”.
Constantino Carvallo

Pocas personas me generan una admiración tan genuina como los maestros peruanos. En especial, aquellos desperdigados en los puntos más rudos y pobres del país. Cuando me toca viajar por las ciudades pequeñas del Perú, siempre encuentro un momento para husmear en la escuela pública del pueblo. Ninguna otra institución nacional me entusiasma tanto. No, por cierto, la comisaría; tampoco el Banco de la Nación (ahí donde lo hay). Me gusta la escuela. Esa institución que, a diferencia de las otras, no se distingue por introducir balas ni plata al pueblo, sino cultura. Al entrar en esas escuelitas nunca me he topado con maestros y maestras similares a los descritos en los medios limeños: jamás me he dado con un sutepista comechado y amargado, con un ogro irresponsable al cual los niños que debe educar le importan un bledo. En las condiciones geográficas más adversas, con unos salarios que década a década se pauperizan, en medio del desinterés general de la opinión pública y frente a la ojeriza de toda la clase política para quienes no son más que semiterrucos en busca de privilegios inmerecidos, en esas condiciones, ellos siguen realizando la tarea más humana de todas: educar. Los maestros y maestras del Perú son unos héroes frente al desprecio que sienten por ellos el Estado y su clase política, y frente a la abulia y el desinterés de la opinión pública. Si Savater acierta al decir que el grado de desarrollo de una sociedad debe medirse por el trato que ella brinda a sus maestros, habrá que preguntarse si se puede ser más subdesarrollado que nosotros. 

¿CUÁN MAL EDUCADOS ESTAMOS?
Lamentablemente, el heroísmo de cientos de miles de maestros no alcanza frente a un sistema deficiente; la educación de los niños peruanos es una invitación a la lágrima. Hace algo más de un mes se presentó la llamada Evaluación Censal de Estudiantes de Segundo Grado del Ministerio de Educación, en la que se mide la capacidad lectora y matemática de los niños peruanos. Los resultados son realmente tristes y el solo hecho de que se presente con triunfalismo cifras tan modestas (y convenientemente elegidas) es para preocuparse. Lo único que parece haber mejorado (modestamente) en el país es la comprensión lectora de los niños en el ámbito urbano: en el 2007, solo el 21% tenía una capacidad de lectura satisfactoria, y hoy alcanzamos el 37% de estudiantes. Pero, en realidad, no se trata de una mejora constante. El estirón, como se puede apreciar en el gráfico, se dio entre los años 2008 y 2010; luego, la situación ha estado, más bien, estancada. Pero, en fin, ese es el indicador positivo del gobierno.

De las otras cifras —donde no hay mejoras o incluso se retrocede— mejor callar. El promedio nacional de niños (escuelas públicas y privadas agregadas) con un nivel aceptable en matemáticas empeora del 2009 a hoy: 13% posee el nivel satisfactorio. Incluso tomando el espacio urbano aisladamente, donde es más fácil alcanzar los objetivos trazados, la capacidad matemática retrocede (de 17% a 15%). Y en el ámbito rural la cosa es deprimente: desde hace cinco años tanto la comprensión lectora como la capacidad matemática están congeladas en alrededor de 6%. O sea, necesitamos recolectar 20 niños del ámbito rural peruano para encontrar uno (¡uno!) con el nivel de conocimientos que debería tener a esa edad. Durante los últimos cinco años, los más optimistas y millonarios de nuestra historia contemporánea, la educación en la mayoría de indicadores decayó. Yo, francamente, no comprendo cómo a partir de estas cifras la ministra Patricia Salas declaró hace algunas semanas en el programa de Rosa María Palacios que, en el ámbito rural, podríamos estar rompiendo la fatalidad de la inercia. En realidad, al ver las cifras, lo único que encuentro de positivo no está en las cifras mismas, sino en que el Ministerio haya logrado establecer una unidad de medición de la calidad educativa peruana tan profesional.

Pero, si nos comparamos con otros países latinoamericanos, tal vez estemos tan arruinados como el resto y tengamos derecho al consuelo de tontos. Ni siquiera. Por ejemplo, algo crucial para los países democráticos es disminuir las brechas entre la educación urbana y la rural, entre hombres y mujeres, entre la escuela privada y la pública. Sin embargo, el Perú figura siempre entre los países con mayores márgenes de desigualdad. No quiero exhumar aquí toneladas de cifras y noquear de aburrimiento al lector, pero hay algunas que no podemos pasar por alto. Según un informe del 2008 de la Unesco (y les puedo apostar mi jueves de patas que esto no se ha alterado), nuestro país presenta la brecha más amplia entre la educación ofrecida en el medio urbano y el rural. Por ejemplo, la distancia en capacidad matemática entre los niños peruanos de ambos medios es de 70%. En Cuba (those fuckin’ communists), el más igualitario, la brecha es de 8%. Nosotros quedamos lejos incluso del penúltimo en la lista, puesto ocupado por esa tierra de libertad e igualdad llamada Guatemala, donde la brecha es de 40%. ¡A 30 puntos de Guatemala! O podríamos mencionar que el Perú gasta en cada uno de sus estudiantes un tercio de lo que gastan Chile o Argentina. O la medición del World Economic Forum del 2012 sobre la calidad de la instrucción primaria en que el Perú retrocede posiciones respecto de años anteriores. En fin, siempre aparecemos por debajo de la media latinoamericana, cómodamente instalados entre los mediocres de la región.

Lo curioso es que en los últimos años, en que tantas dimensiones de la vida peruana prosperaron, la educativa fue despeñándose poco a poco. El salto peruano, la disminución de la pobreza, la sofisticación de su economía, las necesidades nuevas de un mercado dinamizado, no han venido de la mano de una mejora sustancial en la educación. En 1960, el Estado peruano invertía 400 dólares en cada estudiante; en el año 2000 esto había descendido a 100 dólares. En 1966, el 30% del presupuesto de la República se destinaba a educación, hoy es el 16% (invariablemente, el 2,8% de nuestro PBI desde hace 10 años). A soles constantes, un maestro peruano ganaba en los años sesenta cuatro o cinco veces más que hoy. Con tal evolución resulta natural que nuestra educación se haya degradado, flagelando a maestros y estudiantes por igual ante la impavidez general. Según un estudio de Ñopo y Miza del 2011, un profesor peruano gana en promedio la mitad (47%) de lo que percibe un profesional peruano con sus mismas características (edad, origen, sexo). En Chile, el maestro gana solo 18% menos que sus pares. De acuerdo a cifras del especialista Hugo Díaz, en el contexto sudamericano solo los maestros bolivianos reciben unos salarios más bajos que los peruanos. No sorprende que a la hora de las evaluaciones el profesor obtenga calificaciones lamentables. ¿Qué otro resultado esperaríamos si su principal empleador y formador, el Estado, lo ha abandonado paulatinamente en las últimas décadas? Un documento de trabajo del 2001 del Minedu revela que cuatro de cada cinco maestros peruanos han estudiado en un colegio nacional y provienen de los sectores sociales C, D o E. Así, la reproducción de las brechas está asegurada: los estudiantes que reciben hoy una pésima educación son los profesores de mañana. Vale decir, la escuela peruana no es ruinosa únicamente por su incapacidad para transmitir conocimientos, sino que, aún peor, al contribuir a las brechas sociales en el país, la escuela peruana traiciona la promesa liberal y republicana de ser la herramienta principal para quebrar las desigualdades heredadas.

¿POR QUÉ ESTAMOS TAN MAL EDUCADOS?
Mientras preparaba este artículo me llegó un boletín de IPAE presentando la CADE por la Educación 2013. El informe central del boletín es ponderado, pero debo confesar que me ha sorprendido leer que el presidente de dicha CADE, Luis Bustamante Belaunde, afirme con todas sus letras que la educación “no es responsabilidad del Estado. La educación es responsabilidad de la sociedad civil”. En este diagnóstico, los peruanos estamos mal educados por la excesiva injerencia estatal y la poca presencia empresarial en el mercado educativo. No me parece ni convincente ni en la línea de lo que el informe central del mismo boletín plantea. Primero, la presencia de la escuela privada en el Perú es muy grande en términos comparados. El 24% de la educación peruana está en manos privadas. Sin entrar en detalles, no son muchos los países con una presencia tan alta de privados y es un promedio bastante más elevado que el latinoamericano. ¿Es nuestra educación mejor gracias a este vasto empresariado educativo? ¿Prosperaríamos de abrir más y más escuelas privadas? Desde luego que no. En varios distritos de Lima los colegios nacionales obtienen mejores resultados que los particulares (de otra manera: la educación privada es peor que la pública). Claro, no ocurre en La Molina o Miraflores, pero en sectores menos favorecidos el negocio de la escuela privada para pobres es nocivo. Nuestra tara no es un déficit de empresarios en la educación. Después de todo, desde la era de los Boloñas y Trelles —esos personajes propios de los noventa, los suertudos que durante una década fueron juez y parte en la educación peruana—, hemos privatizado la educación de manera consistente y más agresiva que el resto de países en América Latina. Según cifras de Hugo Díaz, entre el 2010 y el 2012 cada año trescientos mil estudiantes dejaron la escuela pública, mientras la privada recibía cien mil nuevos. Es decir, desde hace un par de décadas ya estamos en el carril privatizador. Y, salvo mejor evidencia, no hay mejoras en la educación peruana que sean directamente atribuibles a tal énfasis. La reflexión sobre educación en el Perú no puede tener como punto de partida quién debería ser propietario de la escuela (el Estado o el privado); debe partir de la preocupación real por los moradores precarios de esa escuela: niños y maestros.
Hay otras causas para nuestro desastre educativo. Una muy rentable políticamente es culpar de todo al Sutep. Chang y García lo convirtieron en su divisa; más que interesados en mejorar la educación de los peruanos, les interesaba la gresca pública con el Sutep y sacar rédito político de ello (Chang terminó de primer ministro; la vio). No seré yo quien defienda al Sutep (aunque a estas alturas, dada la gazmoñería limeña, ya más de uno debe creer que provengo de alguna rama del maoísmo), pero la testarudez ideológica del sindicato de maestros no me parece la raíz del árbol podrido de la educación nacional. El Sutep se ha hecho fuerte frente al desinterés del Estado peruano por sus maestros. Si el Estado y la sociedad mostrasen un desprecio similar por mi oficio, creo que haría cosas peores que afiliarme al Sutep.

Tal vez la razón de fondo del entrampamiento es que a nadie la importa la educación como fin en sí mismo. Como lo recuerda bien la investigadora María Antonieta Alva, la estrategia de Alan García y su ministro José Antonio Chang de embellecer colegios emblemáticos no solo era superficial por el énfasis en el tarrajeo y el maquillaje, sino porque la racionalidad de la política no era educativa sino económica: se buscaba que dichas obras generasen trabajo en un momento en que la crisis internacional nos zarandeaba. En síntesis, la educación en sí misma no le importa a nadie. Pero tal conclusión nos lleva directamente a la madre de todas las preguntas: ¿por qué no le importa a nadie?

La causa, creo, no está en el Sutep; tampoco en la escasez de colegios privados, y ni siquiera es cuestión de dinero, pues el presupuesto peruano para educación se ha incrementado en los últimos años gracias al crecimiento económico (y no, dejémoslo claro, debido a la decisión política de alguien). El nudo educativo está en la relación entre Estado y ciudadanía. En todas partes del mundo los ricos envían a sus hijos a escuelas privadas. Lo que no ocurre en todas partes y sí ocurre en el Perú es que la educación pública está reservada únicamente para los más pobres del país, para el concho último de la sociedad. En el Perú, la población vinculada a la escuela pública —tanto los maestros como las familias de los alumnos— es innegablemente la más paupérrima. Y cada vez que alguien prospera en la escala social, por más nimia que sea su mejora, inmediatamente deserta del colegio público y se traslada a uno privado. Ese colegio particular en los barrios de clase baja (y en muchos de clase media) no es mejor que el estatal; la escuela privada destinada a los ciudadanos de menos recursos no les salva de una educación anémica, solo les ahorra el estigma de haber pasado por un “colegio nacional”. Como ya dije, miles de personas migran de la escuela privada a la pública cada año en un carrusel tan ineficiente en términos personales como nocivo en términos generales.

Esa sangría de estudiantes da lugar a que la educación pública solo cobije a lo más débil de nuestra ciudadanía. Y esa ciudadanía, por definición, tiene grandes dificultades para reclamar por sus derechos… si llega a reclamar. El origen de nuestros problemas educativos está en la “calidad de la demanda educativa”. Los ciudadanos de menos recursos que con gran esfuerzo logran migrar a la escuela privada y aquellos que se resignan al colegio público convergen en debilitar y fragmentar la demanda por una mejor educación. Y, puesto que no hay nadie de los sectores medios o altos que tenga contacto alguno con la educación pública, los políticos y los policy-makers jamás sufren el tipo de presión ciudadana que suele empujar las reformas políticas en cualquier país. Comparemos la zozobra que causa un intento de reforma en la esfera económica con uno en la educación nacional. Por ejemplo, sería fantástico ver al presidente de la Confiep, alguna vez, tan gallito y pechador con el gobierno debido a una razón que no sea el modelo económico (y sería genial que el gobierno deje de pensar en darle nuevas tareas al Estado cuando todavía es incapaz de realizar correctamente las más básicas). ¿Quién es a la educación lo que la Confiep a la economía? ¿Qué fuerza política o social pelea por la consistencia de una política educativa a través de los años?

Entonces, la relación entre Estado y ciudadanía en el ámbito educativo en el Perú constituye un círculo vicioso: el crecimiento económico permite que la gente abandone la escuela pública, las demandas educativas se debilitan y fragmentan y, puesto que no se articula una demanda para que el Estado mejore la calidad educativa, esta decae y la gente tiene más incentivos para irse a nuevos colegios privados… y así sustantivamente, como decía el Chavo. Todo el mundo gana: el político a quien nadie aprieta en serio por el tema educativo, y el mercachifle emperador del colegio particular. Pierde la ciudadanía: de manera difusa toda ella, concretamente la más pobre, condenada a la educación menesterosa ofrecida por el Estado o el particular.

¿Cómo se rompe un círculo vicioso institucional de esta naturaleza? Se me ocurren dos formas. Una es el choque externo, algún tipo de catástrofe que exponga ante la opinión pública lo mal que estamos. Muertos, un colegio desmoronado, algo brutal e inmediato. Las cifras y los estudios sesudos ya son conocidos y no (con)mueven a nadie. La segunda es con decisión política. Pero hoy en la mañana (5 de mayo) he oído al presidente Humala instando a un grupo de jóvenes a que dejen el trago y se enlisten en el cuartel. No es el tipo de voluntad civil, republicana, universalista, que hace falta para romper el círculo vicioso de la educación en el Perú. Al igual que con tantas otras cosas en el país, el balance educativo habrá de realizarse cuando haya pasado este ciclo magnífico de prosperidad. Solo entonces podremos evaluar si Martha Nussbaum tiene razón cuando sostiene que la educación no nos libra necesariamente de los peores comportamientos… pero la ignorancia los asegura.

Publicado originalmente en PODER; tomado de La Mula: http://lamula.pe/2013/05/20/alberto-vergara-los-maleducados/ginnopaulmelgar/
viernes, 17 de mayo de 2013 | By: Luis Alberto Medina Huamaní

GRUPO PARASOMNIA Y LA POÉTICA DE LOS AÑOS 2000 - Domingo de Ramos


La poesía peruana está protagonizada de dos maneras: las individualidades y los grupos. Desde el siglo pasado, en sus albores, tuvimos la presencia de Colónida (liderado por Abraham Valdelomar), Grupo Norte (en el que destaca César Vallejo), el Grupo Orkopata (que da comienzo a la vanguardia y a la modernidad de la lírica en el Perú); en los 70, aparecieron  Estación Reunida, Hora Zero y La Sagrada Familia; en los 80, El Movimiento Kloaka; y en los 90,  El Grupo Neón, Inmanencia, Vanaguardia, Geranio Marginal y Noble Katerva.

Sin embargo, a pesar de los grupos y colectivos en los que se reunían los noveles escritores, había (y hasta hoy hay) una marcada individualización y una dispersión de los discursos que se acentúa en los años 2000. Lo cierto es que después de los 80 no se logra cuajar una opción de Movimientos programáticos y estéticos como en el siglo anterior. Esto tal vez sea su distintivo generacional en el que  se marca un distanciamiento y se apuesta por la diversidad y la eclosión de voces más o menos heterogéneas.

En este sentido, los discursos vienen desde el malditismo urbano, la representación de lo suburbano popular, el coloquialismo, la construcción del sujeto autobiográfico, etc. Estos rasgos  hacen que las poéticas últimas sean movibles y pequen de cierta precariedad, dado que no se observa un norte fijo; del mismo modo,  genera que la crítica los sitúe en la dispersión, más que en la cohesión de sus discursos. 
Estos comentarios, precisamente,  vienen a colación por la reunión de los poemas de los integrantes del Grupo Parasomnia quienes hacen su aparición oficial mediante esta selección editada de sus cinco miembros fundadores, que son los siguientes poetas: Blanca Segura, Efraín Altamirano, Alfredo Coello, Eduardo Cabezudo y Luis Alberto Medina.

Cada uno de ellos con disímiles voces y propuestas distintas en cuanto al tratamiento del lenguaje y a las técnicas asimiladas, nos dan un panorama de sus poéticas en el grupo que bien refleja lo dicho anteriormente de la dispersión que continúa marcando la lírica peruana a partir de los noventa según el crítico y poeta Luis Fernando Chueca. Cabe recalcar que Grupo Parasomnia se forma en el año 2011; desde entonces, sus integrantes vienen participando, en forma conjunta, como organizadores y animadores de la poesía: realizando  recitales y presentaciones en diversos espacios de la ciudad.

A continuación, caracterizaremos brevemente las dicciones de cada uno de los miembros del grupo.

La poesía de Blanca Segura no está inscrita en la poesía de género –como lo estuvieron las poetas en las décadas pasadas, en especial en los años 80–, sino más bien es transparente. En esta, el dicente o el sujeto poético se examina exhaustivamente y se pregunta sin poder ubicarse en el mundo que le ha tocado vivir “por qué los pasos son más inciertos”. En esta línea se encuentra su texto “Resaca emocional”.

La poesía de Luis Alberto Medina transcurre en lo que se denomina escritura de la migración. El sujeto poético añora el terruño, al que  ve desde la distancia; tiende a la melancolía, que no se advierte tanto, que no se impregna tanto en sus textos; porque logra equilibrarla y esquivarla con soltura, mediante los fraseos aurorales que le dan otro tinte; aunque pasa por momentos trágicos y de dolor ante la miseria humana de esta realidad que palpamos diariamente

En la poesía de Alfredo Coello, hay una honda reflexión intimista, amainada con vientos, desvelos; reflexiones casi en secreto de encuentros con la luz y con las sombras, que sollozan y huyen en el tiempo para aterrizar sobre el jardín familiar y ser con la palabra, cerca de la orilla, desde donde ve la soledad, el silencio, el mar y la vida.

En el caso de Eduardo Cabezudo, su poesía es sarcástica, demoledoramente obsesiva. Habla de pérdidas y de amores imperfectos, huidizos como el tiempo que dejan huellas en la memoria del poeta que la enuncia como en un sueño frustrado pero que está presente, casi vivo, en las palabras que inyectan insomnio a los pobres hambrientos de sueños.

Efraín Altamirano tiene una poesía visceral, aullante, que habla de las vicisitudes de las calles y de su cotidianeidad. En ella  mezcla lo prosaico, lo vulgar y todas las impurezas que se muestran en la vida cotidiana de un ser humano. El enunciado lírico recorre la realidad con estupor y asco de lo que presencia; revela, como una película en blanco y negro, la marginalidad, el caos, la inseguridad, el existencialismo y su descenso a los infiernos.

Estos son los cinco que se vienen con todo y esperemos que más adelante sigan no solo agitando y promocionando la poesía, sino que den sus frutos más interesantes para contribución a la lírica de nuestro país.
                                                                                   Domingo de Ramos.

LAS BALADAS DEL FUTURO. A propósito de Al otro lado del verso - HÉCTOR ÑAUPARI



Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
Gabriel Celaya
(La poesía es un arma cargada de futuro, Cantos Íberos, 1955)


Si la poesía es un arma cargada de futuro, como escribió el poeta español Gabriel Celaya en su texto La poesía es un arma cargada de futuro, afirmemos que los poetas del Grupo Parasomnia, cuya Antología Grupal Al otro lado del verso presentamos hoy en la casa de las letras peruanas,  son las balas venideras, y sus poemas los disparos del porvenir.
Cuando Gabriel Celaya escribió su poética profecía, el mundo era otro. Hoy es un mundo distinto al que él soñaba, pero también diferente al que cualquiera de su tiempo y del nuestro hubiera imaginado: ésa es una poderosa razón para no dejarnos llevar por la arrogancia fatal[1] de moldear al mundo conforme a nuestro parecer, pues más bien justifica que permitamos a todos desarrollar su particular proyecto de vida en libertad. No obstante, ese futuro del que hablaba es el hoy de los poetas de este libro. Y el ahora de su poesía es también un revólver con el tambor pleno de proyectiles ulteriores.
Por lo dicho, a contrapelo del sentir común, me invade el convencimiento que los jóvenes poetas de nuestro tiempo no son más indolentes ni desconcertados que los de hace 50 años, y, entre ellos, los jóvenes poetas de este grupo, Parasomnia, y de este libro, Al otro lado del verso, en particular.
Los de medio siglo atrás nos parecían más intelectuales o comprometidos pero, a juicio de este escriba, se encontraban enhechizados, tal como escribiera Miguel de Cervantes en El licenciado Vidriera sobre la ciudad más hermosa de España: “Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”, y que recalcara con acierto, sobre la misma ciudad, Miguel de Unamuno:
Es decir, como embrujados por el sibilino influjo de ciertas utopías – equivalentes a las que Celaya defendía con ardor – que luego trajeron muchísima violencia a sus países.
Creo que los jóvenes poetas de ahora son más precisos en sus propósitos, más acuciosos en definir su rumbo y con aspiraciones menos peligrosas para la convivencia civilizada. Son distintos, al igual que desemejante es el escenario donde se encuentran. Cabría preguntarse cómo habrían reaccionado los entonces jóvenes de los cincuentas y sesentas ante la inevitable metamorfosis de sus sueños en pesadillas, o qué acciones tomarían en estos momentos.
Ahora bien, que los jóvenes poetas del grupo Parasomnia, que nacen con el crepúsculo del corto siglo XX, como lo denominó el historiador Eric Hobsbawm[2], sean distintos a los que en él vivieron, no significa que sean menos creativos, románticos o espléndidos.
Por el contrario, tienen tareas más difíciles, algunas permanentes, otras nuevas. Entre las permanentes, convivir con diferenciarse de los narradores, para quienes escribir ficciones les permite ser otras personas, vivir otras vidas, probarse otros nombres[3], en tanto que los poetas están solos con sus soledades, las propias y las de sus circunstancias, si nos ponemos orteguianos.
Del mismo modo, si una tendencia permanece inalterada en los poetas que han nacido al arribar las postrimerías del siglo XX, respecto de sus predecesores, ésa es la angustia. Ninguno de ellos se creyó la coartada del fin de la historia.
Que las utopías hayan implosionado junto con el telón de acero, no supone que la angustia, imperecedero sentimiento, haya languidecido. Los utópicos de antaño pretendieron anularla con sus modélicas sociedades, ahora desaparecidas.
Humana frustración, ante los deseos no resueltos, lo incierto, la disfuncionalidad familiar, las relaciones amorosas, la injusticia, el tiempo y su crueldad, la ausencia de sentido de la vida, la angustia es tomada en forma nueva por los novísimos aedos del grupo Parasomnia mediante sus escritos, ora mediante la protesta, ora a través del esteticismo.
Entre las nuevas tareas, escojo una sola, debido al tiempo, y es el requerimiento al que deben, los jóvenes creadores, responder: ¿Para qué poetas? Y es que, como nunca antes, la nadería que aparentemente es la poesía ha sido tan cuestionada por la imbecilidad televisiva e informática que nos acecha.
Respondo a aquellos infelices, seres amputados que viven sin poesía – lo que equivale a no vivir, a deambular como muertos caminantes, putrefactos mientras respiran – que se atreven a sostener que la poesía es una labor estéril e inane, con las extraordinarias palabras del ensayista mexicano Prócoro Hernández, en su escrito ¿Para qué la poesía?:
“La poesía se emplea para aplacar las tormentas del alma, redimir a una mujer o un hombre o llenar el corazón de ese sentimiento llamado amor. Puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, asustar una soledad y alejar una tristeza.
Sirve también para  reflexionar acerca de si las piedras hablan o si la luna es medicina para el mal de amores. Por medio de la poesía podemos hacer hablar las flores y voltear el cielo de cabeza, cambiar la tarde de lugar. Es un buen recurso para transgredir la monotonía y curar el insomnio”[4].

Y para colocarnos en el estado de parasomnia, agrego yo, ese trastorno de la conducta durante el sueño asociado con episodios breves o parciales de despertar, sin que se produzca una interrupción importante del sueño ni una alteración del nivel de vigilia diurno: el estado poético por excelencia.
Inquiero también, ¿Por qué una antología grupal ahora? Si bien es una pregunta que responderán los integrantes del grupo Parasomnia, me apresto a dar a conocer mis razones, pues he militado en Neón, y los autores de Al otro lado del verso deberán reconocer que la poesía peruana de los noventa fue el último período donde los poetas nos organizamos, decididamente, en grupos literarios.
Lo hicimos porque los grupos literarios que animaron la escena cultural del Perú del fin del milenio, fueron, para todos nosotros, los poetas del noventa, el único salvavidas al que pudimos aferrarnos en este país naufragado y encallado, abierto en canal como un toro sacrificado para una hecatombe, que iba hundiéndose sin cesar en el mar tenebroso del terror, la miseria, el cólera, la desesperación y la ausencia de salidas.
Así, pues, desalentados de la política, con sus corrupciones paralizantes o sus expresiones extremas y totalitarias; abandonados a nuestra suerte en un país que parecía no tener ningún futuro y habíase convertido en “ese reino que nunca quisimos, y que nunca fue nuestro”, como escribió el poeta; finalmente, dispuestos a no pasarnos la vida debajo de mesas desprovistas esperando las bombas que nos aniquilen, o a ser desaparecidos por las fuerzas del orden cualquier noche sin luz y con toque de queda; resolvimos, sin siquiera racionalizarlo, que la mejor manera de hacerle frente a este apocalipsis era decir, con poesía, que íbamos a sobrevivir; que no iríamos en silencio hacia el corazón de las tinieblas; en definitiva, que con coraje y con resolución, lucharíamos y gritaríamos: ¡vamos a prevalecer!
Con lo dicho, creo en las buenas intenciones del grupo Parasomnia para darse a conocer con esta estupenda antología, Al otro lado del verso, pues, si una y otra vez, los artistas nos hemos sobrepuesto a todas las tinieblas, y demostramos que se puede crear, cultivar e iluminar con el arte, en medio de las más difíciles condiciones, confío en que lo mismo ocurra con los poetas de esta antología, pues si las crisis pasadas supieron legarnos verdaderas joyas literarias, de rescate y reafirmación de lo humano, es seguro que nuevas cotas se alcanzarán por medio de los autores reseñados. De los poemas leídos, se observa que tienen la actitud, la erudición, la sensibilidad y la creatividad suficientes para acometer dicho reto.
Al terminar de leer sus textos, queda patente otro rasgo en común: los jóvenes vates de esta antología asumen los sentimientos y las ideas de una mayoría de sus contemporáneos y los expresan en palabras señeras y convincentes, poéticamente seductoras.
Le devuelven a la poesía el viejo prestigio que otrora ostentó y, en una nueva misión prometeica, entregan a las mujeres y hombres de su tiempo el fuego ineludible de la libertad.

Así concebida, la poesía es una hoguera en la que arden los viejos y los nuevos mitos, las utopías del ayer y los desencantos del hoy. Los poetas parasomnes de nuestro libro son también pirómanos, y en sus poéticas piras se queman ellos, sus angustias, el sarcasmo con que se atiende a su quehacer en nuestros días, todos estos materiales diversos, incluso los que se consideran no combustibles.
Es casi seguro que los poetas ubicados en esta antología ardan en sus propias llamas, en una suerte de auto sacramental, de combustión espontánea de la literatura actual. No teman: tal es su naturaleza. Iluminar, ora breve, ora a largo plazo, pero intensamente.
De esta manera, que sus flamas nos calienten e iluminen, porque, como escribiera el poeta norteamericano Ralph Waldo Emerson, en una genial anticipación, los poetas “no somos vehículos del fuego, ni antorcheros, sino hijos del fuego, hechos de su substancia”[5].
Para concluir, debo afirmar que sin los poetas del grupo Parasomnia, no se entendería bien la marcha de la novísima poesía peruana, arma del futuro, y de los cuales ellos son las balas, no perdidas, sino representantes. Proyectiles del porvenir, balas del futuro, les deseo que no los condene la muerte, que no los fusile el silencio, que no los maldiga el olvido. Tal es mi oración y mi apuesta.
NOTAS:
[1] Hayek, Friedrich A. La fatal arrogancia. Los errores del socialismo. Unión Editorial, segunda edición, Madrid, 1997. El Nobel de economía analiza en éste, su último, la terrible equivocación de diseñar una sociedad, cuando ello es imposible, por lo infinito de los conocimientos y acciones de los hombres en libertad.
[2] Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Editorial Crítica, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1998, 612 páginas. Título original: Extremes: the short XXth Century.
[3] Como escribiera el gran Joaquín Sabina, La del pirata cojo.
[4] Hernández Oropeza, Prócoro. “¿Para qué sirve la poesía? El concepto de poesía en Octavio Paz”. En: Revista Inter fórum, 12 de mayo de 2012.
[5] Emerson, Ralph Waldo. El poeta. Ensayo traducido por Pedro Umbert. Buenos Aires, Ediciones Mínimas, 1921, página 4.

TEXTO LEÍDO EN LA PRESENTACIÓN DE AL OTRO LADO DEL VERSO EN LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA.