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sábado, 4 de enero de 2014 | By: Luis Alberto Medina Huamaní

LA POESÍA COMO ACTO DE INSUBORDINACIÓN Y COMO ACTO DE CREACIÓN, a propósito de la publicación de Malabrigo de TABARÉ RAMOS

La poesía se puede concebir de muchas maneras; pero sobre todo –hay cierto consenso en ello– se puede entender de dos maneras: como un acto de creación y como un acto de habla, esto es, como un discurso cuya característica primordial es su intencionalidad. Como discurso, es un texto creado intencionalmente y es un texto que dice algo, pero de una forma estética; es decir, es un texto literario.

La poesía es un acto en sí mismo. Es un acto de rebeldía, un acto de rechazo, de insubordinación, de resistencia, de lucha –y no se diga solo de la lucha política, social: hablamos de lucha en el sentido más lato y más metafórico posible–. La poesía de César Vallejo, Alejandro Romualdo, Luis Hernández, entre muchos otros, son claros ejemplos de ello. También es un acto de amor y un acto de desamor. Amor por la vida, amor por lo corporal, por lo místico, por los espiritual… amor al fin y al cabo. En versos como “Te estoy perdiendo/ en cada voz que escuchas,/ en cada rostro que contemplas,/ en cada gesto tuyo,/ en cada lugar/ que recibe a tu cuerpo (…)” y  “Me gustas porque tienes el color de los patios/ de las casas tranquilas” de Washington Delgado y Juan Gonzalo Rose, respectivamente, encontramos claros ejemplos de la poesía como acto de amor, por citar solo dos ejemplos.

La poesía también se puede entender como un acto de creación pura. Tal como lo entendieron y concibieron los poetas llamados artepuristas como Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, entre otros.

El poeta, en consecuencia, es un creador. Uno que sueña, que vive, que se rebela; que interpela, reclama, protesta. Es un creador cuya herramienta esencial es la palabra.  Tabaré Ramos –poeta nacido en Lima– es precisamente uno de estos poetas que uno conoce en la vida; y es debido a  él que venimos reflexionado sobre la labor del poeta y sobre la poesía en sus diferentes formas de manifestación: sirva de excusa todo lo dicho para hablar de la poesía de este poeta trotamundos y perseguidor de quimeras.

Tiene entre sus publicaciones libros de cuentos, novelas y poesía tales como Ladrón de sueños, El balcón de Madrid, Tres relatos y una confesión, El anciano, perseguidor de quimeras, En Sayula nació la gata, Cancionero de Baco, entre otros. Hoy nos entrega decimotercer libro, su poemario Malabrigo, con la casa editora Apogeo (Lima, 2013). 
Malabrigo, desde un punto de vista formal, consta de más de un centenar de poemas agrupados en 122 páginas por una temática más o menos uniforme. El título de la obra funciona bien  como una metáfora.  Connota falta de abrigo, falta de calor, falta de cobijo; al mismo tiempo  hace referencia también al puerto norteño del distrito de Rázuri (La Libertad) -creado el 9 de Mayo de 1925-; además, hay que recordarlo, es también el nombre de una canción que se hizo popular con Lucha Reyes.

Revisando alguna biografía de Tabaré Ramos noto que hay ciertos temas recurrentes en su poética, los mismos que funcionan como tópicos; tales como el vino, el mar, los sentimientos de enajenación, la bohemia sin futuro, la figura del poeta como un ser ajeno y solitario, los amores apasionados y los desamores, entre otros.

En Malabrigo, Tabaré  le canta al mar, a la bohemia y al placer divino de los dioses como  Baco: el vino. A través del enunciador lírico (el yo poético)  escribe un mensaje de aliento, de esperanza y perseverancia; de fortalezas y fracasos; de alegrías y miserias.

El enunciador lírico busca regocijo en el vino para calmar la soledad, la tristeza, la miseria… para escapar de la memoria o para huir de la falta de abrigo y cobijo. Busca refugio en la musa, que es la mujer amada, a quien recuerda e invoca; la que es compañera de las soledades de los tropiezos;  es alguien hacia quien busca regresar para calmar la sed del alma y aplacar las miserias de lo vivido. De este modo, el mar, las crestas marinas, el amor de una mujer erotizada, el vino, la noche, el puerto, Barranco –cuna de la bohemia– son  escenarios evocados con recurrente frenesí. Escenarios predilectos en los que el enunciador lírico se desplaza con fruición.  

La figura del poeta se asocia a una forma de locura, es decir, incomprensión. El poeta es un ser que sueña, que se rebela, que sufre y que goza de la vida como un demonio feliz. El poeta es solitario guerrero que lucha en medio de la miseria, la incomprensión, la soledad… El poeta es un ser que vive en el dolor (26). Pero es un ser resignado, que acepta sin arrepentimiento, su  vida pródiga,  disipada,  bohemia (34). Es un ser que  agoniza (35). Pero que vive todavía porque siente un deseo desenfrenado por la vida y añora a la mujer amada, a la hembra altiva (24);  a la que recuerda con un erotismo febril (25),  porque aún en la miseria se encuentra el placer por el vivir y se encuentra sosiego en el placer corporal (36), porque incluso en la agonía  se encuentra refugio en el vino y los recuerdos de otros tiempos (37).

El poeta es un ser que muere, pero es un ser que vive porque es un gitano de travesía que invita a reflexionar sobre la desesperanza, la pesadumbre, el fracaso (profesional, personal, moral, etc.), a pesar de la muerte, la incertidumbre, la inseguridad, lo incierto del mañana.


LUIS ALBERTO MEDINA